La justicia no responsabilizó al
colegio pero Castilla y León reconoce la minusvalía
Dan una discapacidad del 33% a
un menor que sufrió 'bullying'
·
'Me bajaron los calzoncillos, todos se reían. Me pegaban cogiéndome de
brazos y piernas'
Le golpeaban y aguantaba en vertical, como un saco de boxeo de los buenos.
Le daban y volvía, como esos tentetiesos infantiles que nunca se dejan tumbar.
Un tímpano roto y volvía. El cuello marcado y volvía. Las piernas llenas de
moratones y volvía. Los genitales enrojecidos y volvía.
Volvía al colegio porque tenía que volver. Hasta que dijo que no. Y así
comienza esta historia: un colegio, un niño y un pasillo interminable.
(...)
De todo hace ya mucho tiempo. O demasiado poco. Porque cada noche ahí está
aquello. En cuanto cierra los ojos lo ve.
Sólo tiene 15 años, está en tratamiento psicológico, toma cuatro píldoras
antidepresivas al día y los servicios sociales de la Junta de Castilla y León
le acaban de otorgar hace semanas aquello que nunca le concedió la justicia: el
primer caso en España en que se reconoce un 33% de discapacidad por estrés
postraumático a causa del bullying sufrido.
"Cuando empezamos a ir al psiquiatra me decía: 'Mamá, si no me
hubieran hecho lo que me hicieron, sería una persona completamente
diferente'", comenta. "Tenía 10 años... Hay frases que a una madre no
se le olvidan jamás".
Lo mismo que no se te olvidan escenas que te cuenta. Ni los dibujos que te
hace. Ni lo que le dijeron los médicos.
La infancia a punta de lapicero comenzó a los cinco años y duró hasta los
10, unas edades inusuales por lo tempranas. Por entonces estudiaba en el
Colegio San José del Parque de Madrid. En ese lugar y en esa horquilla de
tiempo -cuenta la madre- sucedió todo.
ELMUNDO ha desmenuzado el historial médico del menor en el Hospital
Infantil Universitario Niño Jesús de Madrid, donde los facultativos le trataron
a la edad de 12 años, dos después de la última muesca, y donde ya se observan
"autolesiones" y pensamientos de suicidio.
Según el diagnóstico oficial, el niño sufrió "acoso escolar", ya
presentaba "síndrome de estrés postraumático" y tenía
"perforación timpánica (pendiente de intervención)".
R. lo dijo a su manera, en unos informes psicológicos en los que al crío le
hacían escribir y dibujar.
Lo escrito: "J. me pega en el colegio todos los días. Siempre lo hace
en el recreo de media hora. Le ayudan cuatro amigos suyos". "Me
bajaron los calzoncillos, todos se reían (...). Me pegaban cogiéndome de los
brazos y piernas y J. me pegaba en la tripa". "J. B. me tocaba el
pito y por eso se me puso rojo".
Lo dibujado: un monigote arrodillado. Tocándole los genitales a otro.
-¿Y tú quién eras de los dos? -le preguntaba el psicólogo con el folio
delante.
-¿Yo? El que está de rodillas.
"Piensas que con esas edades no va a pasar nada, que son cosas de
críos. Luego ves que no", señala María, la madre, que puso tierra de por
medio junto a sus hijos hace un lustro y hoy vive en una localidad castellana.
"Empezaron a pegarle desde muy pequeño. Como no lo pararon a tiempo, la
cosa fue a más. Recuerdo que en 4º aparecía en casa con sus partes rojas. Le
teníamos que dar Trombocid. No piensas mal, piensas que es algo accidental.
Hasta que vas sabiendo: le retorcían el brazo, le llevaban a una esquina, le
bajaban los pantalones y le tocaban todo", se toma un respiro. "Y
luego hubo otras muchas cosas que no contaba entonces y que tardó años en
contar".
Al hijo los golpes siempre le cayeron desde los mismos pupitres y a la
madre la tostada siempre se le cayó del mismo lado. No es sólo que el juzgado
sobreseyera en julio la denuncia que María interpuso contra los profesores -los
menores de 14 años son inimputables-, sino que lo único que hoy queda de
aquellos años de rehala escolar contra el niño es una paradoja mayúscula contra
la madre: está imputada por acusar de bullying al centro en un blog.
Hubo acoso escolar. Continuado. Progresivo. Lacerante. Como una gota china
de niños. Así lo reconocen los servicios sociales de la Junta de Castilla y
León después de desmenuzar su historial médico. Así lo entiende su abogada,
Leticia de la Hoz, que a la luz del reconocimiento administrativo presentará
una demanda contra el colegio por responsabilidad civil. Y así te lo cuenta R.,
si es que logras que levante la mirada de la pantalla del móvil.
"...entonces eché a correr hasta que me pillaron".
"...en el comedor me decían que no se lo dijera a mis padres o si no
me pegaban".
"...mejor me muero, porque no me puedo quitar de la cabeza todo lo que
me hicieron en Madrid".
La primera vez que el niño acudió a la Unidad de Salud Mental
Infantojuvenil fue hace cinco años. Los expedientes psicológicos hablan de un
chico que refiere "insultos, humillaciones, coacciones, robos, amenazas y
agresiones por parte de sus compañeros". En las seis escalas analizadas
-agresiones, hostigamiento, intimidación, bloqueo social, manipulación y
exclusión- los resultados arrojan unos resultados de "alto" o
"muy alto". La conclusión: "Estos índices de acoso reflejan una
elevada incidencia de conductas de maltrato contra el niño que le exponen a un
riesgo muy grave y explican la aparición de un cuadro de daño
psicológico".
El colegio en cuestión -hasta ahora exento de responsabilidad en los
tribunales- ofreció su versión sobre lo que pasó en esos años de silencio y
ruido. "Su denuncia se archivó por falta de pruebas. Era un chico con
problemas, pero no vinculados al centro, sino provenientes de fuera".
"El colegio no cumplió con su deber de velar por el alumno en el
tiempo en que estuvo a su cargo", señala la abogada Leticia de la Hoz.
"Lo más sangrante es que el centro emprendiera acciones legales por
injurias contra una madre desesperada que, al ver que nadie tomaba en serio el
problema que acabó con la salud de su hijo, volcó su versión contra el colegio
en internet".
Encarna García es la presidenta de la Asociación Contra el Acoso Escolar.
"Es la primera vez que en este país se concede un grado de minusvalía a
causa del acoso. No hay un caso igual. Es una puerta muy grande la que se abre
para los padres".
A los 15 años, el chaval debería estar con los refrescos de cola, pura
chispa de la vida, pero anda con la Fluoxetina y el Clorazepato, antidepresivos
sin burbujas.
R. tuvo que repetir curso el año pasado. Se despierta gritando "no,
no, no". Ya no se arranca pedacitos de piel, como llegó a hacer, sino que
va soltándose la lengua. Y así termina esta historia: un colegio, un niño y un
pasillo interminable.
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